ELECTRIC SASQUATCH LIBERÓ AL BUZIRACO EN EL DF
Texto y fotos por Francisco Zamudio
* Con las participaciones especiales de Renee Mooi y Arturo Tranquilino, de Yokozuna
La agrupación colombiana de rock sicodélico-progresivo Electric Sasquatch, liberó violentamente sus demonios sónicos en el Distrito Federal la madrugada del pasado jueves 11 de diciembre, dentro del Bajo Circuito, un antro edificado precisamente debajo del capitalino Circuito Interior, lo cual le inyectó una atmósfera mucho más opresiva y asfixiante, a una propuesta caracterizada por la experimentación, los riesgos y el trastoque de las melodías.
Minutos después de la medianoche, Johann Aranzalez en la guitarra de acompañamiento y la guía tonal, Jonathan Betancourt en la guitarra líder y el didgeridoo, David Millán en el bajo, así como los hermanos Alejandro y Lucas Orejuela en la batería y teclados, respectivamente, tomaron sus sitios para llevar a una compacta audiencia, por un periplo lleno de imágenes teñidas de colores.
“The awakening”, con su atmósfera futurístico-guitarrera, arrancó la secuencia completa de su álbum debut, liderada por una voz en off que invita a la gente a mirar alrededor, a despertar, a tirar los lastres y a cambiar tu visión de la vida, antes de que la entonación real de Aranzalez saliera disparada por los altavoces y un micrófono cuyo diseño proviene de los años cincuenta.
“Hunting season”, inyectada de una poción stoner que corre por las venas de quien la escucha hasta hacer explosión en las sienes, fue cantada por Aranzalez con un acento profundo, enigmático, bastante emparentado con el joven Jim Morrison de The Doors.
Mientras tanto, esos monstruos malvados que quieren sangre referidos en la letra de la rola, se transformaron en los cantantes principales de un coro juguetón, el cual terminó por estrellarse en unos pasajes invocados de la guitarra de Syd Barrett en el primer Pink Floyd.
Apenas comenzaba a calentarse esa combustión interna entre público y grupo, cuando un accidente provocó que la temperatura bajara hasta cero. Johan Betancourt rompió una cuerda de su guitarra y salió a cambiarla, mientras Alejandro Orejuela trataba de reconectar la situación: “Hola, somos Electric Sasquatch de Cali, Colombia. Les pedimos cinco minutos en lo que arreglamos una cuerda que explotó”, dijo.
Para el infortunio del grupo, el mismo incidente volvió a repetirme más tarde. Eso se reflejó directamente en la cantidad de público que culminó con ellos todo el show, visiblemente disminuido en comparación con el principio del concierto.
Su esencia folk se derramó por las columnas de concreto del lugar para “Feeling lost”, una pieza melancólica de carácter existencial, donde un cuestionamiento básico, “Dime porqué la gente muere”, se extiende en su indescifrable naturaleza dejándote alguna que otra huella en el alma.
En medio de la penumbra, la fisonomía estética de la banda, formada por un maquillaje en sus caras que curiosamente no te remite a Kiss o Alice Cooper, sino a una agrupación brasileña de la década de los setenta, los Secos & Molhados (a quien por cierto sus músicos no conocían, hasta que se las presenté en una entrevista previa a la tocada) así como por el uso de pieles de animales y ropajes en tonos plateados, te remiten a una especie de conquistadores espaciales en los albores de una nueva civilización.
“Divinorum” y “Forest rain” con su orientación atmosférica a esos sonidos provenientes del bosque, a sus vientos, a sus precipitaciones pluviales, a ese frío que te regularmente te escarcha la nariz, desfilaron impregnados de éteres en reversa directo hacia los músculos, clavándote en tu asiento sin permitirte moverte de ahí, como preparándote para una vuelta de timón.
Un ritual, sí, eso fue lo que se escenificó sobre el stage del Bajo Circuito con la siguiente pieza de su álbum, “Wild ground”, un tema de amplios cambios de tempo y sonoridades, para el cual fue invitada la cantante mexicana Renee Mooi, quien acompaño a los colombianos con una sucesión trepidante de gritos y aplausos, sobre todo en el pasaje flamenco que adorna la rola.
Manos crispadas en choques repetitivos, pies en el piso con golpeteos fuertes, el ADN europeo que corre por las venas de Latinoamérica y todos los nacidos de este lado del mundo, se hizo presente escoltado después por un solo de batería que funcionó a manera de puente, por donde transitaron hacia el siguiente escaño.
El último ladrillo de una pared armónica fragmentada se colocó entonces. Unos ataques al sintetizador cuyo recuerdo al Deep Purple de Jon Lord apareció de inmediato, gritos que exorcizan las tinieblas para intentar llevarlas al lado luminoso, un giro sónico más y la aparición de un viejo conocido.
Arturo Tranquilino, guitarrista de la banda mexicana Yokozuna, tomó la guitarra de Betancourt, la misma de la cuerda rota en dos ocasiones y acompaño a los demás en “Devil’s way”, mientras Jonathan se hincaba en el suelo y dibujaba reverencias con las manos hacia el sonido emanado por los dedos de nuestro connacional.
El Yeti norteamericano y su mixtura en el imaginario latino por parte de Electric Sasquatch en la imagen del Buziraco colombiano, se toparon en el único sendero donde podrían encontrarse, mirarse uno al otro y unirse en un solo ente, en ese “Camino del Diablo” que llegó a su fin a la una y media de la mañana.
Uno de los primeros conciertos de Electric Sasquatch en México culminó. Seguro es que estos “parceros” poseen un futuro promisorio en tierras aztecas entre los melómanos no convencionales, entre quienes buscan temas de más de tres minutos para alargar el goce o huyen de las Radiofórmulas como del mismo Belcebú.
Y nosotros (y ahora ustedes) fuimos testigos de sus primeros pasos por este convulsionado país, al cual retornarán, muy seguramente, en el mediano plazo.
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