Un mensaje de texto en mi celular invitándome a conocer tu nueva casita, el perro y la camioneta, con el plus de que vas a cocinarme. No podía resistirme ante tan apetecible convocatoria. Además era domingo, no tenía nada mejor que hacer y tienes varios años invitándome… Sí.
Me enfile hacia allá en unos jeans Calvin Klein muy apretados, que marcan mi redondo y firme trasero, cabello suelto con olor a Palmolive 3 y una playera de mi último viaje al Caribe mexicano.
35 minutos de mi casa a la tuya, me hicieron reflexionar que vivir en el Valle de México tiene sus ventajas. Al irme adentrando entre los paseos boscosos que me llevarían a tu nuevo hogar, imaginaba que, si hubiera querido, el lugar hacia donde me dirijo sería mi hogar. Ja, ja, ja. Bueno, no… De verdad que no.
Calle adoquinada sobre una larga pendiente y al borde de un desfiladero está tu majestuosa residencia de 3 pisos, que corona magistralmente una empinada montaña. Vaya, no podría acostumbrarme vivir tan arriba, ja, ja, ha.
“Din, don”, suena un timbre.
Abres la puerta y tu rostro se inunda de alegría, incluso Chester, tu labrador color miel, me hace los honores brincando sobre mis torneadas piernas.
– “Qué rica te ves”, me dices.
Suelto una estruendosa carcajada ante tu repentino piropo y te digo: “Lo dice el gerente regional de empresas Macoy, con maestría en Madrid España».
Me levantas en vilo sobre tu cadera y me enredo en ti. Con mis brazos intento abarcar toda tu torso, imposible, pero lucho para asirme a ti como una gran bocanada de aire, mientras me besas largamente bajando hábilmente las escaleras rumbo a una gran habitación.
Huele bien, a una mezcla entre jabón y humedad. Corre un aire confortable mientras me tumbas sobre la cama king size. Te arrancas la ropa sport y me muestras una gran erección, una que no había notado unos minutos antes.
Te imito, rápido, sin hablar, solo dibujando una gran sonrisa. Salivas la punta de tu pene y la diriges directamente en mi interior. Ahhhhhh. Lo deseaba, es más, te ansiaba dentro de mí. “¿Lo dije en voz alta?”. ¡Ay! No sé, mis secretos me traicionan cuando me revuelvo con un chico. Ja, ja, ja.
– “¡Oh! Qué bien se siente, papi…”, exclamo.
Tus labios devorando los míos mientras tú cadera ha encontrado el lugar correcto para danzar entre mis piernas, que se han vuelto tan dóciles con ese movimiento consecutivo de arriba hacia abajo. Ahhhhh. Yo me dejo guiar por tus consecutivos embates.
Trazó imagines mentales mientras clavo mis uñas en tu espalda. Giras de una forma asombrosa la cadera…
– “¡Ahhhhh, qué rico! Sí, así, así entra en mi dulce Elfo”, te susurro.
Tus embestidas ahora son brutales y rápidas, cada vez más salvajes. Eres un ser rudo dentro de mí y eso me enloquece.
Tocas mi rodilla indicándome tácitamente que la dirija hacia mi pecho. Ahhhhh…
– “¡Oh, sí! Así. La siento toda, toda tu verga dentro de mí”, chillo.
Tu estatura de 1.85 te permite lamer los deditos de mi pie mientras tus puños, como grandes anclas a un costado de mi cadera, excitada y sudorosa, sin perder la cadencia caliente que nos tiene presos uno dentro del otro de esta forma feroz… Me hace pedirte más, y más en una oración interna. ¡Oh sí, dámela toda!
Como hombre de goma, alcanzas a succionar mis pezones mientras me adviertes…
– “Ya me vengo, ¿dónde los quieres?”.
– “¡Afuera, afuera!”, te grito con frenesí. La sola idea de que te corras dentro, me provoca un pre-infarto, ja, ja, ja.
Obediente, sacas tu grueso y venoso miembro, permitiéndole colapsarse sobre mi vientre rabioso.
– “¡Ooh, Ohh!”, gritas mientras tú pene tiene convulsiones, escupiendo toscos chorros de elixir blanco y ardiente sobre mi pecho y cara.
Como un trofeo, me quedé inserte durante unos segundos, dejando pasar la euforia estrepitosa de nuestra bárbara cogida. Orgullosa y mimada, te observo con admiración, eres tan perfecto y entras tan rico dentro de mí… Hmmmmm.
– “Todo debe estar como debe estar”, reflexiono hacia interior acompañada de respiraciones profundas.
Mientras descansas en la cama decidí dar un paseo, para conocer mejor tu castillo.
Piso de lo que parece ser duela en tono miel, con paredes blancas y altas. Asciendo una amplia escalera recorriendo una a una las habitaciones. La recámara principal tiene un jacuzzi.
– “Hum… quiero bañarme aquí”, musité y, así desnuda como estaba, abrí la llave del jacuzzi. Me siento como en casa.
Poco a poco miles de burbujas emergen del torrente de agua caliente que va llenando esa mini piscina de color mármol en tonos café. Una vez lleno, me sumergí en él, quedándome absorta en tanto lujo, en un lugar del que me negué a ser parte de él hace algunos ayeres.
Sonriente entras al baño y me dices: “Se te ve bien desde aquí. Te dejo esta bata, junto a estas pantuflas. Te veo en la cocina para cumplirte mi promesa. Siéntete en casa”, mientras me besas la frente.
El calor del agua y nuestro round sexual me agotaron hasta el sueño. Uno del cual fui despertada por un estruendo proveniente de mi estómago.
Salí de mi estado de confort siguiendo el olor de la cocina… Huele bien ¡qué hambre tengo!, me increpo a mi misma.
Y al entrar a lo que creo es la cocina estás ahí, danzando entre los quemadores lujosos. Y me dices: “Señorita, la comida está servida, pasta Alfredo con vino tinto de Baja California, en tanto bajas unas copas de la alacena.
Contenta y ciertamente abrumada, nos sentamos juntos a compartir algo más que cuerpos encendidos y fluidos burbujeantes.
Estoy contenta, me siento en casa. Y así, con la hermosa vista que surge a través de un gran ventanal colocado al fondo del templo culinario, contemplamos la gran ciudad.
BUSCANOS