* La agrupación inglesa “pago” deuda con sus seguidores mexicanos
* Imágenes: Cortesía OCESA
México, D.F., marzo 10, 2016 (Francisco Zamudio/TXART). Tras haber pospuesto su concierto el pasado mes de octubre, porque su líder vocal Yannis Philippakis presentó afecciones en las cuerdas vocales, las cuales le impidieron cantar en nuestro país; la agrupación británica de indie-rock alternativo de espíritu bailable Foals, sufragó “hasta con intereses” el compromiso que tenían con sus seguidores mexicanos, ofreciéndoles un electrizante show la noche de ayer, envueltos todos en la gigantesca bodega habilitada como sala de conciertos, ubicada en las entrañas del World Trade Center Ciudad de México.
ENTRE LA LLUVIA Y UN VIENTO HELADO
A mi edad, fenómenos como el que azota al ex Distrito Federal, me obligan a seguir ciertas recomendaciones de seguridad. Así que me envolví en una playera, una sudadera y una chamarra cazadora color verde militar. Botas de casquillo y un pantalón negro de mezclilla, completaban una indumentaria coronada por una gorra, ajustada a esa calvicie que me persigue desde hace varias años, a la cual no le he permitido triunfar, gracias a los pocos cabellos que todavía penden de mi cabeza.
“Pocos pelos, pero bien peinados”, reza el dicho popular.
El trayecto del segundo piso del edificio donde vivo hasta la estación Buenavista del Metrobús no fue nada complicado: Paso firme, los sentidos más abiertos que de costumbre, porque hay todavía muchos árboles en la Alameda de Santa María la Ribera, bajo los que uno puede quedar sepultado si te cae encima. Nada de audífonos en los oídos o miradas furtivas al celular: concentración total al cruce de las calles, hasta alcanzar al gusano rojo que me llevó al WTC.
Para ser casi las 8 de la noche, una de las varias “horas pico” que padecemos los habitantes de la megalópolis, el transporte llegó semivacío, así que abordé la unidad, me acomodé en una silla y me trasladé hasta mi parada final, en Polifórum. De ahí caminé nuevamente hasta llegar a la entrada del sitio, copado por cientos de personas que hacían fila para acceder. Mientras los de los boletos caros podían pasar por las puertas principales, los demás debíamos dar la vuelta para acceder.
CAMILO VII
Alcancé a escuchar parte del set de la banda telonera, Camilo Séptimo. Así pues, me coloqué al centro de la pista, hasta atrás (visto desde la perspectiva de quien está sobre el escenario) y me dispuse a oír nuevamente, a una banda que ha crecido bastante en convocatoria durante los últimos 2 años, al menos.
“Eres” y “No confíes en mí”, piezas de estructura bailable que engarzaban perfectamente con lo que los fans de Foals esperaban sentir más adelante, formaron parte, junto con “Te veo en el 27”, de una actuación bastante disfrutable, que no provocó reacciones adversas visibles, entre las miles de personas que aguardaban por el acto principal.
“De esas veces que los organizadores no se equivocan con el telonero”, pensé para mis adentros y, mientras cambiaban de banda arriba del stage, me dispuse a observar mi entorno.
Auditorio variopinto compuesto casi en su totalidad por jóvenes. No obstante, conté hasta 12 adultos mayores de 40-50, de barbas blancas o pelo cano, cuya estancia en el lugar, puedo suponer, fue la acompañar a sus hijos, sus nietos o, en una de esas, se lanzaron al concierto para rockear.
“Así me voy a ver en 10 años”, me proyecté. Toda la fisonomía estética emanada del hipsterismo estuvo presente, complementada con la asistencia de muchos, muchos extranjeros de níveas epidermis y “ojos de color”, como solemos decir los que no padecemos esa, dicen, mutación genética que hace 5000 años, le dio origen a una de las más duras separaciones de castas en la historia de la humanidad.
FOALS
Poco después de las 21:30 horas, una secuencia sonora que tras dos minutos pasó de ser imperceptible a insoportable, se conjugó con la desaparición de la luz para intuir que, ahora sí, Foals actuaría nuevamente en la capital del país.
Yannis Philippakis (guitarra y voz), Jack Bevan (batería), Jimmy Smith (guitarra y teclados), Walter Gervers (bajo) y Edwin Congreave (teclados) se posaron sobre el stage cubiertos por una espesa niebla de gritos, alaridos y manifestaciones de euforia, que fue dispersada apenas por la primera rola de la jornada: “Snake oil”, una flecha directa hacia el pecho y los pies de los más de 7 mil fans que congregó la banda nacida en Oxford, Inglaterra en el 2005.
Un “¿Qué tal chilangos?” proferido por Yannis, antecedió a “Olympic airways”, proveniente no de su nuevo álbum como su antecesora, sino de su disco debut, Antidotes, lanzado en el 2007. Este tema, junto con “My number”, este traído desde su placa anterior, Holy Fire (2013), enmarcaron las primeras de varias palabras de agradecimiento que el vocalista profirió hace algunas horas: “México… Finalmente, México”, manifestó contento, antes de entonar “Blue blood”.
“Give it all”, se estableció por derecho propio a manera de melódico oasis entre las electrizantes descargas eléctricas que salían del corazón del tablado. Aunque el relax no duró mucho, para “Mountains at my gates”, Bevan, que se caracterizó por su camisa de rombos en negro y gris, volvió a la ardua tarea de anclar a una banda de rock con tendencia bailable; al tener que transformarse en una especie de metrónomo humano.
“Ballons” y su lluvia de globos por parte del público a través del recinto, así como “Providence”, le sirvieron de introducción a Yannis (quien sostuvo durante buena parte de la velada sonora una guitarra eléctrica de pala hueca, cuyo boquete forma una cruz, donde se soportaban dos hileras de clavijeros con tres cuerdas cada uno), para ofrecer algo a la audiencia pocas veces visto: Canciones ligadas.
“Spanish Sahara” del Total Live Forever (2010), “Red socks pugie”, arrancada de su placa debut y “Late night”, invocada desde su placa predecesora, se engarzaron para transformarse en una larga suite, cercana a los 20 minutos, donde los impulsos sónicos subían, bajaban, daban vueltas en círculos y se lanzaban hacia una muchedumbre que, receptiva desde el segundo uno, los acompaño con sus gargantas, sus labios, sus cabellos y su alma si se las hubieran pedido.
Una alusión política se oyó en el sonido local: “¡Creo que todos podemos decirle a Donald Trump que se vaya al carajo!”. Aunque algunos pusieron caras de sorprendidos, como un servidor y mi amigo Manolo, con quien vi todo el concierto, no tuvimos tiempo de nada, ya que “A knife in the ocean”, con todo y los envolventes contrapuntos sobre las que está edificada, inundó el lugar.
¿Están listos? Y su conocida respuesta… ¿Están jodidamente listos? La misma contestación, sólo que ahora más fuerte. El tono frenético de la pregunta fue igualmente proporcional al mood del siguiente capítulo: “Inhaler” serpenteó entre las extremidades inferiores de la gente y su efecto transformó a cientos en marionetas sin voluntad, dirigidas por los platinados hilos del rock and roll. Fin.
EL FINAL
¿Fin? No, pero el ritual de encore fue extraño: No escuché casi a nadie gritar “¡Otra, otra, otra!”. La poca marihuana que olí en el transcurso de la tocada, no era como para que todos quedaran catatónicos. Pero así fue, el grupo regresó en medio de un expectante silencio: “Los extrañamos, los pinches extrañamos” escuché que dijo alguien de la banda y el primer latido del álbum What When Down, del mismo nombre, bombeó sangre de nuevo a la bestia de las 1000 cabezas.
No había, creo, mejor forma de concluir esta nueva visita de los Foals a México, que con “Two steps, twice” la rola más representativa, al menos en este lado del mundo, de los británicos. Yannis estaba tan encendido, que se bajó otra vez de su púlpito sonoro para irse a nadar en una improvisada alberca de testas y brazos, que lo llevaban de un lado a otro, mientras sus dueños entonaban con mucha enjundia “That’s one step, one step, two step”, hasta que los sonidos se apagaron.
Este último agradecimiento lo escuché literalmente pegado a uno de los accesos de cristal del foro, abiertos de par en par para darle salida a la masa. Cubierto de arriba a abajo, olvidé que en algún cajón tengo un pasamontañas tipo Subcomandante Marcos, desde los días en los conciertos de 12 Serpiente en Ciudad Universitaria pero lo olvidé, así que ahora me soplo las ráfagas de aire helado que azotan mi cara, junto con la lluvia de igual o peor temperatura. Apuré el paso para llegar antes que la horda al metrobús, pero mucha banda tuvo la misma idea y el pasillo hacia Indios Verdes está muy lleno. ¿Y ahora, me espero?
Entonces, apliqué la vieja táctica de viajar en sentido contrario durante algunos minutos, para encontrar de vuelta un autobús casi vacío. Son las 11:11 ¿pediré un deseo? Sí… Ya quiero estar en casa, a salvo de las inclemencias del tiempo, así que me subo al largo autobús y me pierdo en la inmensidad nocturna.
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